Siempre has cuidado de mi, nunca le ha faltado a mi cuerpo alimento y cobijo. Suculentos manjares me has dado; suaves perfumes para ungir mi cuerpo, cintas de mil colores para engalanar mis cabellos. He dormido entre sábanas de seda, querubines alados han velado mi sueño. He tenido caprichos mundanos... Y todo ello me has dado y todo te he agradecido. Pero he seguido cruzando mares y ríos imaginarios de deseos y anhelos, sabiendo sin saber, confiando, esperando...
Dime:
¿Dónde queda el alimento para mi Alma, la Paz de mi corazón, la tranquilidad de mi Espíritu? ¿Por qué solo permites pequeños vislumbres de todo cuanto realmente anhelo?
Como el pequeño rayo que se abre paso, tímidamente, entre los nubarrones negros de un día de tormenta y con un estallido de Luz, desaparece, como si nunca hubiera existido. Así son tus concesiones para mi Espíritu.
¿Cuando has permitido que una bocanada de aire fresco, que un halo de Luz brillante, que una sola primavera llegara a mi vida? Me das y me quitas a la velocidad del rayo, para que nunca pueda alcanzarla.
Y me pregunto: ¿Por qué?
Te quedas sentado en tu Trono, tranquilo, sereno, seguro. Sabiendo, esperando mi vuelta cual fiel amante, con los brazos extendidos y la mirada expectante, deseoso de ese encuentro... Y así, siempre sucede. Regreso agotada, llorosa, rendida, clamando tu abrazo. Y reposo en tu regazo, como un niño perdido. Vuelvo a dormir mi sueño y a consumir mi anhelo.
Contigo, siempre contigo.
Dime:
¿Dónde queda el alimento para mi Alma, la Paz de mi corazón, la tranquilidad de mi Espíritu? ¿Por qué solo permites pequeños vislumbres de todo cuanto realmente anhelo?
Como el pequeño rayo que se abre paso, tímidamente, entre los nubarrones negros de un día de tormenta y con un estallido de Luz, desaparece, como si nunca hubiera existido. Así son tus concesiones para mi Espíritu.
¿Cuando has permitido que una bocanada de aire fresco, que un halo de Luz brillante, que una sola primavera llegara a mi vida? Me das y me quitas a la velocidad del rayo, para que nunca pueda alcanzarla.
Y me pregunto: ¿Por qué?
Te quedas sentado en tu Trono, tranquilo, sereno, seguro. Sabiendo, esperando mi vuelta cual fiel amante, con los brazos extendidos y la mirada expectante, deseoso de ese encuentro... Y así, siempre sucede. Regreso agotada, llorosa, rendida, clamando tu abrazo. Y reposo en tu regazo, como un niño perdido. Vuelvo a dormir mi sueño y a consumir mi anhelo.
Contigo, siempre contigo.
MARÍA